diciembre 3, 2024
ActualidadAndrea PalmaOpiniónPortada

El eterno monstruo del armario

Estoy consciente de que la violencia sexual contra niños y niñas en Ecuador es una cuestión demasiado difícil de digerir. Las personas que optamos por atender o investigar la realidad de miles de víctimas de este atroz hecho, muchas veces nos hemos derrumbado de rodillas y puesto las manos en la cabeza en un intento por olvidar los detalles de tan horrorosas historias.

Hoy, nuevamente tenemos que soportar la idea de tener a una niña de Manabí en constante recuperación, con una herida de 60 cm en su estómago porque los médicos tratan de reconstruir su útero e intestinos brutalmente destrozados por su agresor. La indignación es infinita. ¿Hasta cuándo la sociedad ecuatoriana pretende ignorar estas historias?

Cuando dediqué mi tesis de posgrado a investigar las secuelas de este fenómeno a nivel educativo, los resultados siempre eran devastadores, entendí finalmente por qué los expertos usan la frase “abusar sexualmente de un niño equivale a asesinarlo”.

Estrés postraumático, desórdenes alimenticios, trastornos del aprendizaje, depresión, adicciones, comportamientos sexuales problemáticos… La lista de secuelas es extensa y muchas veces estos trastornos aparecen en la vida adulta o muchos años después del episodio de violencia. Algunos sobrevivientes lidian con ideas suicidas y con algo de suerte recibirán ayuda psicológica permanente.

Ahora, pensemos por un segundo en aquellas víctimas que habitan en zonas vulnerables, donde la asistencia sanitaria es un mito. Poblados donde las cifras de abuso sexual infantil ni siquiera son certeras por la falta de denuncia, el miedo y el desconocimiento. ¿Qué creen que va a pasar con todos esos menores de edad en un futuro? La gente tiende a pensar que como son niños, estos olvidan y nada es más atrevidamente estúpido que esto.

El abuso infantil, sin embargo, no se limita siempre a las zonas rurales, ya que puede ocurrir en cualquier esfera de la sociedad. La diferencia es que en escuelas privadas o en las grandes ciudades existen mínimos protocolos de atención, servicios médicos, aparato de justicia, etc., mientras que en la ruralidad reina el abandono y la impunidad.

¿Qué podemos hacer para remediar esto?

En la literatura científica se pueden distinguir tres tipos de prevención. La primaria, que es aquella que se concentra en evitar la violencia sexual. La secundaria, que es  aquella que identifica y trabaja con los grupos de riesgo. La terciaria es aquella que aborda el abuso cuando ya ha sucedido. ¿Ustedes creen que el Estado ecuatoriano ha desarrollado estrategias eficaces bajo estos ejes?

La respuesta es no y esto se refleja en los más de 23.885 casos de abuso sexual infantil que registra la Fiscalía entre enero de 2019 y marzo de 2022. O en los 11.390 embarazos de niñas entre 8 y 14 años que registró el Ministerio de Salud Pública entre 2021 y agosto de 2023. Sí, en nuestro país, tenemos niñas de 8 años embarazadas de sus violadores y esto parece no importarle a mucha gente, al contrario, algunos apoyan la idea de que una niña tan pequeñita tiene que parir y punto.

Y ni hablar de educación sexual inicial, la única estrategia de prevención primaria que reduce los embarazos precoces y, de paso, minimiza las probabilidades de que un niño sea abusado sexualmente. Nada de esto tiene acogida en nuestra sociedad porque preferimos mirar a otro lado, porque es más fácil responsabilizar a las víctimas con el auspicio de auténticas palurdas que insinúan que el problema es que las niñas son “zalameras” con los adultos (para suerte de muchos, esa fue la última vez que la ‘exprimera dama’ del Ecuador participó en una charla).

Ante esto, a veces siento que solo queda alistar la camisa de fuerza para quienes sentimos que nunca nos van a tomar en serio por pedir que se refuerce profesional y científicamente la educación sexual en etapas tempranas de la niñez como un mecanismo urgente y necesario para frenar de alguna manera este espantoso fenómeno, más aún cuando somos todos víctimas de un sistema de justicia precario.

Cabe grabarnos esto a fuego: las niñas y niños no se tocan, son lo más sagrado que tenemos, sus derechos no pueden seguir siendo vulnerados. Somos los adultos quienes tenemos la responsabilidad eterna de cuidar a nuestra niñez, informarnos y condenar seriamente todo tipo de agresión que ponga en riesgo su integridad física y mental.

 

Por Andrea Palma

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