julio 5, 2024
OpiniónPortadaSebastián Vera

Barcelona es Ecuador y viceversa

Cuenta la historia familiar –del que su custodio es un querido tío, ferviente hincha de Emelec– que, en mi primer viaje para visitar a mi familia guayaca –calculo quizás teniendo entre unos cuatro o cinco años– el fútbol entró a mi vida de golpe, como la calor que caracteriza a la perla.

Fue en el suburbio del peloteo, de los chuzos desgastados, de la calle y su selva de cemento en donde, como el sol en el horizonte al amanecer, apareció mi primera camiseta de Barcelona, y desde ese momento para toda la vida, un niño capitalino (de corazón enteramente costeño) sería acogido por la alegría torera del Único Ídolo del Ecuador. Así, en mayúsculas.

Barcelona Sporting Club es una fiel representación de la identidad ecuatoriana, y –en palabras de Juan Villoro– de la zona de promesas incumplidas donde emana la fe, llámese Copa Libertadores o estabilidad laboral en la actualidad. 

Como Barcelona, Ecuador comparte el infortunio de tener entre sus más despreciables representantes a oportunistas de medio pelo que, inclusive a día de hoy, hacen alarde de su “pasión”, llámense guatita corrupta, maullidos cuasi dictatoriales y hasta zapatitos rojos offshore. Sin embargo, la grandeza –tanto del país como del Ídolo– le será siempre dada gracias a su gente.

Al igual que Barcelona, Ecuador es percibido por los dueños de la historia y de la palabra como un lugar lumpen, exclusivo de ladrones mestizos, cholos (como Ángel en Ratas, Ratones, Rateros de Sebastián Cordero), longos y negros, rarezas fuera del canon y la hegemonía sin más ilusiones que las que les pueden otorgar “elecciones libres” que esconden la supuesta promesa que podrá enrumbarlos hacia el éxito, la civilidad y la fortuna. Pero, entre esas mismas ideas clasistas, racistas y profundamente erradas, nace la singularidad de la esperanza, gracias a sus hazañas históricas, de gente y artistas populares, de su garra, juego y lucha.

En el palmarés ecuatoriano, como en el barcelonista, hará presencia un triunfo importante a Millonarios –con Noboa, Sommerfeld y compañía– donde tendremos la participación de cientos, miles, millones de Enrique “Pajarito” Cantos, Jorge “Mocho” Rodríguez y Víctor Lindor. Con esa victoria, pasará a la historia como el día en que “El Triunfo ante Millonarios” –el equipo de estrellas estrelladas– significó el final de una hegemonía putrefacta para darle paso a mejores días para todos. Se fortalecerá nuestra “Cortina de Hierro”, capaz de defender al país de cualquier ofensiva que intente meternos leyes, políticas y acuerdos que atenten contra la vida, la tierra y las personas.

Lo más seguro es que Don Eutimio Pérez, migrante catalán, de los cientos que llegaron al Puerto de Guayaquil a inicios de los años 20 del siglo XX, jamás imaginaría la repercusión que ocasionaría su club de gallada. Los ecuatorianos tampoco nos imaginamos nunca lo que una gallada de neoliberales podría hacerle al país. Barcelona es Ecuador en estado puro y viceversa, particularmente en sus derrotas y fracasos, de las que vienen largas temporadas de sequías y donde solo nos queda Barcelona para hacerle frente a esta cancha existencial llamada realidad nacional. Para que lo entiendan los futbolistas políticos y los políticos futboleros en el aniversario 99 del Coloso de América: ¡Solo nos queda Barcelona!

Por Sebastián Vera

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