El Ecuador que describió Lasso a mí no me tocó
La última vez que escribí algo tan íntimo fue sobre el ataúd de mi papá. Aún conservo la hoja en la que apunté a mano, aturdida por el dolor, algo que luego terminaría publicado en la invitación a su sepelio. Es la mitad de una bond blanca A4 y con letras en tinta negra escurrida por las lágrimas. No estaba en mis planes escribir sobre la muerte de mi papá. Está aún fresca, pero una frase del presidente Guillermo Lasso, en su Informe a la Nación por su segundo año de mandato, hizo volcarme sobre este texto: “Cada día trabajamos para que miles de ecuatorianos reciban atención en salud gratuita y de calidad”, dijo el presidente. A mí me abofeteó.
En su discurso, detalló cifras y testimonios que hacen que Suecia sienta envidia del sistema de Salud Pública del Ecuador. Todo parecía maravilloso sobre el papel que leyó Lasso. Quizá él lo crea así, pero mi experiencia con el sistema de Salud Pública del Ecuador no fue tan alentadora.
Me dolió. Me dolió escuchar que toda la maravilla que describió el presidente sobre la salud pública no nos hubiese tocado a nosotros, a mi familia, durante la larga agonía que fue la enfermedad de mi padre. Mi papá fue internado en terapia intensiva de un hospital público en diciembre de 2022. A nuestra familia le tocó vivir lo que muchos ecuatorianos denuncian, pero lo resumo en falta de medicinas e implementos.
Nunca antes me había enfrentado a una muerte tan directa y dolorosa. A una muerte en la que el dolor queda a la par con la toma de decisiones que la vuelven más cruel. Hay que elegir cosas como el color del ataúd, el plan de la velación, si se dará café, té o bocaditos, el número y zona de la bóveda, epitafios, fotografías, publicación de obituarios en el periódico local. Todo esto y más mientras solo quieres llorar y tiemblas de miedo porque quedarse sin un padre te deja, de una u otra forma, sin piso. No importa cuán independiente seas o te creas. Todo esto, luego de un desgaste físico y mental por tratar de conseguir medicinas e implementos que deberían ser dotados por el Sistema de Salud Pública.
Cuando alguien se muere, alguien que uno ha amado con toda su alma, cae en esta espiral de interrogantes que te atraviesa el pecho como un taladro. ¿Hice lo suficiente? ¿Dije lo suficiente? ¿Callé lo suficiente? ¿Denuncié lo suficiente? Siempre va a quedar esa sensación de no haber tratado demasiado. Quizá por eso me dieron ganas de escribir.
En el tema de Salud, y a pesar de que el informe era el de su gestión del último año, el presidente Lasso habló, en su mayoría, del futuro, de lo que pasaría en 2023, en un año en el que, probablemente, sea otro el que esté dirigiendo al país. “53 hospitales que serán repotenciados este año. Ahí están los 2.500 profesionales de la salud contratados en el primer trimestre de 2023, a los que se sumarán 11 mil más hasta finales de este año. Además, ya contamos con 10,6 millones de dólares para financiar becas de técnicos de atención primaria, de especializaciones médicas y de enfermería. Para beneficio de todos, este 2023 invertiremos 202 millones de dólares en la compra de equipos y mejoramiento de centros quirúrgicos en 10 provincias, así como la compra de 158 ambulancias terrestres y 4 fluviales. Para lograr esos objetivos, este año aumentamos la inversión en salud a 3.521 millones de dólares, es decir 254 millones más que en el año precedente”. Lamentablemente, toda esa maravilla, insisto, a mí no me tocó.
Ya se van a cumplir cuatro meses de la partida de mi padre y, decidí escribir algo tan íntimo porque, al igual que yo, a muchos no les ha tocado ese ‘país de Salud Pública maravilloso’ del que habló Lasso. Hasta febrero de 2023, justo el mes en el falleció mi papá, el Ministerio de Salud tenía un déficit de 19.836 profesionales en el primero, segundo y tercer nivel de atención. Esto, sumado a la falta de abastecimiento de medicinas, una falencia que el Gobierno no ha podido subsanar en su totalidad.
Desde que se fue mi papá, he aprendido a saborear de cerca las despedidas, a pesar de que Ecuador es un país en el que vivimos usando esa palabra constantemente, muchas veces sin permitirte –como a mí- una despedida a quienes amas. En este país vivimos con las palabras ‘sicariato’, balaceras’, ‘secuestros’ a diario, que no dejan margen a decir adiós.
Decidí empezar a escribir esto como una liberación a un dolor que se está difuminando a cuentagotas, como la medicina que se coloca sobre una herida abierta que parece no cicatrizar. Un dolor que, eventualmente, aparece como un puñete en la boca del estómago, cuando en un informe se cuenta algo que a mí no me tocó: un sistema de salud óptimo y de calidad.
También escribo esto como un anhelo de que todo lo que el presidente Lasso anunció para este año en temas de salud se cumpla y para que nadie más deba sentir que al dolor de un pariente convaleciente, se sume la indignación de tener que mendigar lo que por ley nos corresponde: que el Estado nos procure salud de calidad. Que la inversión en hospitales, insumos, personal y medicamentos no se recite como un ‘logro’, sino como el cumplimiento de lo mínimo que la autoridad debe hacer porque es su trabajo.
Por Gelitza Robles – @gelitzarobles