Descontento
Ha salvado a mi descontento, coraje y desazón el artículo “Boludeces argentinas” de Martín Caparrós para El País, fechado el 24 de octubre de 2024. Sentí, extrañamente, que no hablaba de su país, sino del mío. Parece que en Ecuador, más que tarados, nos convertimos en unos cínicos de mierda. Es decir: ya no guardamos ninguna vergüenza defendiendo y sosteniendo mentiras y acciones execrables.
Parte de la responsabilidad, aunque quizás muchos nos neguemos a admitirlo como periodistas/comunicadores, es de nuestro gremio. Insistimos tanto –hasta ahora– con el correísmo-anticorreísmo, que esa narrativa dañina se instauró en la memoria colectiva de manera que, en lugar de fomentar la crítica a las bases de los modelos económicos consumistas y cortoplacistas, de proponer o generar alternativas ante la naturalización de la violencia y la vanidad de la corrupción, aumentamos la polarización, estancamos la reflexividad dejando de lado preguntas clave: ¿Qué bloquea nuestra capacidad de transformación conjunta? ¿Cuánto tiempo debe pasar, debemos seguir superviviendo, sin el aporte de lo nuevo?
Esta última palabra se tergiversó en la figura y el slogan del actual presidente. Vale recordar su historia personal y familiar para caer en cuenta que ni representa nuevas formas de lo político ni significa una propuesta diferente, sino que adquirió un disfraz de “centro-izquierda” cuando realmente es derecha pura y rancia. Aprovechó, eso sí, una frustración acumulada de gobiernos fallidos bajo el paraguas neoliberal –en el cuál también está incluido– para ofrecernos el espejismo de novedad y diferencia. Con Noboa, esperaría, alcancemos el más profundo de los círculos infernales, pues nos hemos traicionado por seguirles el juego a personas que, con toda seguridad, poco a nada les importa el país ni nuestro devenir.
También es nuestra culpa, por someternos a ideas negativas sobre la política, lo político, y nuestro desinterés rampante por todo aquello que no nos afecte directamente. Hoy, todos estamos jodidos producto de nuestro egoísmo. Muy en el fondo de nuestra amnesia, sobrevive el espíritu de los ecuatorianos que no aguantaban cuento, ni mentira, ni pendejada alguna a políticos facinerosos, pero hasta las protestas fueron desapareciendo debido a conflictos e intereses que no trajeron concesiones y que, finalmente, fueron mermando por oportunismos y diferencias que afianzaron el orden y la ética del dinero impuesta por gente “exitosa” como el presidente, producto de la explotación del esfuerzo y de los sueños de cientos de miles de personas.
Ojo, la llamada izquierda en nuestro país también es responsable. El personalismo ha traído consigo su declive y la falta de confianza en las personas, y lo que es más: no saber llegar a acuerdos, no estar abiertos a críticas, porque sin ella, el estancamiento persiste. ¿Qué es lo que redistribuyen sino deseos de nostalgia de un pasado que ya fue? ¿Acaso les vale más estar en el ojo público que reflexionar en el sistema económico de hoy que solo nos ha traído horrores y que deja, en palabras de Bernard Stiegler, “a las nuevas generaciones trágicamente desamparadas”? Les complace formar parte de la cadena de valor donde se distribuye la información porque les interesa más –al igual que la derecha– estar en los medios y su circuito de control que concebir intereses de algo común con el Pueblo. ¿Les importa más recuperar el poder, los bienes y las posibilidades para repartirlas entre sus amigos o para una sociedad donde todos vivamos dignamente?
Quizás Noboa no llegue al grado de estupidez que caracteriza a Javier Milei, pero Caparrós tiene razón en algo: humilla –aunque al parecer a nosotros no nos maneje un tonto– tener un malvado poderoso en el poder.
Por Sebastián Vera