junio 12, 2025
OpiniónPortadaSebastián Vera

La ‘Nueva’ Asamblea Nacional

Si la formalidad de un vestido o un traje de gala pudieran ocultar el desprestigio al cual la Asamblea Nacional del Ecuador se ha visto acostumbrada durante tanto tiempo –inclusive, me atrevo a decirlo, desde sus tiempos como Congreso, al menos desde el regreso a la democracia– faltaría tela para recubrir ese edificio en el que la ignominia ha encontrado su hogar y en el que la voluntad y la esperanza del país son tan solo publicidad barata para los “honorables” que sumen al país en el caos y la vergüenza.

La incapacidad de los asambleístas reside en su autoimagen distorsionada. La opulencia obscena de los gastos –sí, gastos, porque de inversión, nada– los llevan a creerse una nueva clase de aristócratas que no logran ni desarrollar ni interpretar la voluntad popular de manera eficaz. ¿Qué puede tener en común un asambleísta con un sueldo cercano a los $5000 mensuales con un trabajador promedio que gana menos de $500? ¿Qué lecciones de patriotismo nos pueden dar quienes inclusive ausentándose de su trabajo gozan de todos los beneficios de ley alcanzados por la clase trabajadora?

Si las preocupaciones hacia el país fueran sinceras, no convertirían el hemiciclo legislativo en un circo, aunque inclusive en los circos existen la dignidad, el trabajo honesto y el orden. ¿Qué pueden entender por el porvenir colectivo quienes pactan con poderes de turno y en las sombras con la élite mafiosa? ¿Acaso en sus mentes se encuentran las palabras ‘servicio al pueblo‘ como la máxima a la cual deben aspirar? Lo dudo. Ellos viven en una ilusión de país, en el que gente sin un solo vestigio de conciencia colectiva debe asumir los destinos de la nación.

Si las corbatas y chaquetas de los asambleístas tomaran vida de repente, seguramente guardarían un silencio vergonzoso y vomitarían todo el asco del que han sido testigos. Si las sillas, curules, oficinas, micrófonos, mesas, pasillos y ascensores de la Asamblea Nacional hablaran, necesitarían de varias sesiones de terapia para conciliar todos los traumas y visiones pútridas de las que han sido testigos; más de uno pediría el fin de su existencia cuasi perenne para terminar de una vez por todas con las mortificaciones del saberse inútiles ante tanta maldad y perversidad.

Ojalá pudiéramos mocionar como asambleístas a los recicladores que hacen de nuestras ciudades más sostenibles; a las trabajadoras remuneradas del hogar que tanto han luchado por la dignidad de su oficio; a profesores y doctores del sistema público que, aún sin insumos y con la desesperanza a cuestas, realizan una labor loable; a los agricultores que nos brindan el alimento de todos los días gracias a su esfuerzo diario; a los barrenderos y trabajadores del aseo que mantienen nuestras ciudades limpias; a los vendedores ambulantes que aún con el desempleo rampante salen en búsqueda del pan diario; a los choferes, a los obreros del arte y la cultura, a las trabajadoras sexuales, a los estudiantes; a las nacionalidades indígenas que defienden la tierra y los ríos con su vida; a los familiares de los desaparecidos por la inútil militarización de la seguridad; a quienes ven su presente destruido por cartones tiktokeros: a todos quienes hacen la Patria y no la destruyen.

 

Por Sebastián Vera

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