Un insomnio llamado Ecuador
Escribo con el calor y el silencio del insomnio, entre películas mudas, canciones garabatos y temblores de futuro: viva ansiedad de todo aquello fuera de mis manos y que aún así me controla. Escribo bajo la sombra de la muerte, que respira lenta y pausada, pues ya está cansada de recoger almas por doquier, y más aún en Ecuador, donde el dolor toma tantos nombres y escribe centenares de epitafios, unos con nombre y apellido, otros secuestrados por la crueldad y la ignorancia de mentes apolilladas, voces de viento fúrico comandadas por trogloditas que devoran la paz inmisericordes. Escribo con el temor de todo, pues todo es aciago y peligroso, inclusive la esperanza, manzana envenenada de promesas fútiles.
Seguro las torpes moiras políticas pueden conciliar el sueño, pues siendo conductoras de la vida, la suerte y la muerte, orquestan todo para la danza macabra del día a día. En las calles levitan los lamentos, la sangre grita a los cielos sin poder encontrar una respuesta a la premeditación de los golpes funestos de zancudos motorizados o sanguijuelas pacatas. La verdad podría disfrazarse de un pedazo de pan, pero no hay trigo ni levadura para la iluminación, pues ya no se puede alcanzar. Ahora es necesaria la mascarada de la mentira, las enfermedades, la corrupción. Nos alimentamos de carroña, pues para esta realidad exangüe, no hay más vida que esta no-vida, esa cuasi-felicidad doomscrolleada, esa posverdad que nos deja tan imbéciles, tan ridículos.
Los buitres, desde sus micrófonos o celulares, coleccionan calaveras y dinero que guardan en grandes osarios dentro y fuera del país. Sus picos han realizado un pacto: la información será una resaca eternizada, pus y descomposición; sólo así se mantendrá la náusea de las circunstancias y su espejo roto como única revelación. Además, ¿quién osaría levantarse del cementerio para decirse vivo si todos estamos muertos? ¿Quién podría creer en la resurrección si tan solo es una fantasía de viejos temerosos que, en su duda, crearon miles de interpretaciones de una luz, y pintaron la historia con todos los espectros posibles de la imaginación y la traducción?
Esto no es periodismo sino una confesión disfrazada de periodismo. Acá el insomnio es una astilla afiebrada, lenta, penosa. Es encender la luz para precipitar la noche. Es encontrarse seco de lágrimas, de gritos, de desesperación: boca voraz de tanto tragar nada. Nada de paz, nada de amor, nada de verdad, nada de compromiso, nada de trabajo, nada de tranquilidad, nada de sueños, nada de nada. Me permito confesar mi temor y mis dudas. Al fin y al cabo, también soy un humano que eleva querellas contra esta realidad que se disfraza nimia para los espíritus escuálidos. Esta es la voz del periodismo que se agita en el infierno de la incertidumbre, el que canta en la desesperanza, el que se reconoce ausente de hegemonía y ladrón de originalidad para encontrarse auténtico.
¿Qué le puede esperar a Dios al nacer entre tanto vacío, entre tanta eternidad descompuesta? ¿Cuántos testamentos tendremos que escribir hasta que el fuego se harte de tanta indiferencia? ¿Cuántas viudas tendrán que llorar a un viejo que se alimenta del castigo año tras año? Avísenme si en la 6 de marzo en Guayaquil hay un monigote para quemar este insomnio, antes que finalice el año, pues también quiero dormir con la confianza de que existe un mañana, de que esas cenizas se esparcieron libres, soñolientas, pacíficas.
Por Sebastián Vera

