diciembre 3, 2024
Gelitza RoblesOpiniónPortada

Leer no te enseña que hay quienes se debaten entre comprar libros o comer

“Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado”, dijo el escritor peruano Mario Vargas Llosa. Frase con la que me identifico plenamente. La lectura salvó mi vida. Estuvo allí cuando sentí hambres sin posibilidades de saciarse, en el hormigueo del primer amor y la calma del tiempo libre en la vida adulta. ‘Aprender a leer’ -no solo leer- te hace entender, entre otras cosas, que hay un abismo enorme entre quienes tienen el privilegio de acceder a libros –sí, porque tener libros y leer en Ecuador es un privilegio- y quienes libran batallas diarias para pagar los servicios básicos.

Aprender a leer me enseñó a escribir y me hizo periodista. Pasé de mi consumo exclusivo de literatura, a la narrativa de no ficción, lo que en un contexto como el ecuatoriano es estrellarse con una realidad que te explota en la cara una y otra vez.

Leer me lleva, a diario, a enterarme y actualizarme con realidades que, en ciertos casos, no son las mías: en Ecuador, solo el 35 % de quienes forman la Población Económicamente Activa (PEA) tiene empleo digno; que solo en Guayaquil hay reportes de 49 casos diarios de violencia intrafamiliar, o que el país cerraría este 2023 con una tasa de 44,9 asesinatos por cada 100.000 habitantes, o sea, la peor cifra de la historia. Aprender a leer te lleva a entender, incluso, a entender que leer en estos contextos es maratónico.

Mi amor por la lectura no me motivaría, ni de chiste, a subirme a un pedestal a decirle a una madre que no tiene para darle de comer a sus hijos que vaya y se distraiga con los cuentos humorísticos de Mark Twain.  No se me ocurre, por ejemplo, decirle al padre de los cuatro niños y su madre asesinados en el Guasmo Sur de Guayaquil, que se olvide de su dolor con Ana Karenina.

Felipe Rodríguez Moreno, a quien no conozco, pero leí y es el ‘inspirador’ de este texto, nos sugiere en este artículo que, a través de la lectura, nos olvidemos de las tragedias, la corrupción, los escándalos y la sangre. Sugiere que dejemos el tercermundismo cerebral puro y duro, leyendo. Ojalá fuera cierta tanta maravilla. ‘Maravilla’ que está tan alejada de lo que ocurre en la calle.

Añade esta joya: “Terminaré el año recomendándoles libros que sé que les van a gustar, para que nosotros, los que leemos, podamos hacer la diferencia en este calamitoso país de monos con cuchillo”, haciendo alarde de una ignorancia infinita de la realidad socioeconómica del país que, en  muchos casos, es lo que aleja a varias comunidades de la lectura.

¿Cómo no se nos ocurrió antes? Cuando sienta miedo de salir a la calle por terror a que me maten, me repetiré que he leído. Felipe cree firmemente que “seríamos un mejor país si todos leyésemos al menos dos libros de literatura por semana”.  Yo creo que seríamos un mejor país, si personas como Felipe, se bajaran de ese pedestal de esnobismo y arrogancia, reemplazar uno de esos libros de literatura a la semana y aprendiera a entender más sobre la realidad socioeconómica del Ecuador. Sí, porque hay cosas que no se aprenden solo leyendo.

Si Felipe Rodríguez dejara un ratito de lado a Miguel de Cervantes y se pusiera a leer, por ejemplo, que hasta mediados de este año, más de 5 millones de ecuatorianos vivían con 3 dólares diarios, quizá entendería hay quienes priorizan comer, a pagar $20,50 por Don Quijote de la Mancha.

La lectura cambia vidas. De hecho, hay proyectos en el país  como ‘Yo amo leer’ (en Instagram lo encuentran como @yo_amoleer) que recolectan libros nuevos o usados y los llevan hasta las zonas rurales del Ecuador, donde incluso adultos mayores jamás han tenido posibilidades económicas de ver un libro en su vida. Geovany Pangol, quien lidera esta iniciativa, se dedican a llevar la lectura y los libros a zonas donde reinan el analfabetismo y el olvido.

La diferencia entre gente como Felipe, que vive en una burbuja donde puede llegar a casa e invertir horas en las letras porque en su mesa siempre hay un plato para comer, y Geovanny, es que el segundo intenta implementar el hábito de lectura basado en el conocimiento de realidades que están muy alejas a las de Felipe.

Qué bueno que haya gente como Geovany, que no está subido en una nube color de rosa escupiendo a los ‘monos con cuchillos’ y mandándolos a leer, sino que está haciendo algo para que eso ocurra.

Felipe seguro ha leído a Goethe. Seguro recordará la frase: “Pensar es fácil, actuar es difícil, y poner los pensamientos en acción es la cosa más difícil del mundo”. Imaginémonos que Felipe piensa que enlistando los 20 libros que le marcaron el año –a él, desde su situación de privilegio- nos va a salvar de ser uno de los países más violentos de la región, cosa que sería maravillosa.

Pero para que eso ocurra, se necesitan acciones, lamentablemente, más profundas y estructurales que ir por la calle con el pecho hinchado contando ‘los libros que he leído’, porque tengo la posibilidad socioeconómica para ello, y desconociendo que hay millones de personas que se van a la cama sin una pieza de pan en el estómago y que en lo último que están pensando es en consumir las El eterno retorno de Friedrich Nietzsche.

Lo cierto es que hay otras cosas, como la realidad ajena, que no las vas a entender con Nietzche y no importa cuántos libros te leas al día. Entender al otro te lo enseña la conexión con la realidad y la empatía que desarrolles con ello. Cuando eso ocurra, es lo que justamente te dará la capacidad de hacer algo o solo pararte en un pedestal a mirar sobre los hombros y ridiculizar a aquellos que no leen porque no tuvieron las mismas oportunidades que tú.

Gelitza Robles

 

Más información sobre el proyecto ‘Yo amo leer’.

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