diciembre 3, 2024
Gelitza RoblesOpiniónPortada

16A: Manabí es mi Giancaldo

Este texto fue publicado por La Barra Espaciadora el 17 de abril de 2021.

 

He visto Cinema Paradiso al menos 50 veces. Las lágrimas brotaban siempre en la misma escena: la final, en la que Alfredo cumple su palabra y le entrega a Salvatore los retazos de películas que cortaba para censurarlas, a pedido de la Iglesia, y que le prometió cuando era niño. Nunca la había visto un 16 de abril, fecha que tambalea el corazón de una manabita como yo, que desde hace 10 años vive fuera de la provincia.

Cinema Paradiso -para ponerlos en contexto- es una película que narra la historia de un niño llamado Salvatore que, a causa de su amor por el cine Paraíso (cinema Paradiso), se hace amigo de Alfredo, el proyeccionista del lugar. Alfredo se convierte en su figura paterna y le enseña todo lo que sabe. Es una trama bellísima que se asienta en el amor por el cine, el apego a las raíces, el volar del nido… y no contaré más, para quien no la haya visto.

En fin, esta vez, el llanto empezó a brotar desde los primeros minutos del filme italiano de Giuseppe Tornatore que, entre otras cosas, ganó el Oscar a la mejor película extranjera en 1989, un año después de su estreno. Era inevitable relacionarla con Manabí y con ese 16 de abril del 2016 que nos marcó un antes y un después a los manabitas. Ese terremoto que nos movió mucho más que la tierra. La llamada para anunciar una tragedia, los recuerdos de la niñez, las personas que nos forjaron el camino, el amor… Todo.

Y, justo en la escena en la que Salvatore, ese niño que en su prístina juventud se marcha de su pueblo para buscar mejores días, regresa al lugar donde nació, la nostalgia brotó húmeda con más fuerza sobre mis mejillas. La madre de Salvatore ha guardado, durante los más de 30 años que él estuvo fuera de casa, todos sus recuerdos de la niñez y la adolescencia: fotografías, juguetes, libros, su primera cámara cinematográfica… Y fue inevitable pensar que gente como yo, a la que se le cayó la casa en la que nació y creció en el sismo de 7,8 grados Richter que azotó a Manabí y Esmeraldas, no tendrá una escena de película. No tendrá un lugar físico de la infancia al cual volver.

A mí se me perdieron libros, fotos, dibujos, textos, juguetes. Cosas que en algún momento creí imprescindibles, pero ahí está la vida para enseñarnos de desapego y mostrarnos el camino hacia lo importante: la familia, los amigos, los seres que amamos, los que se fueron y los que se quedaron. Los recuerdos, esos que son un tesoro intangible que duran para siempre.

En el terremoto, hace cinco años, hubo más de 670 fallecidos. Yo estaba trabajando cuando pasó y enseguida fui a mi cantón, Portoviejo, y no lo reconocí entre los escombros. Vi cómo sacaban cadáveres de entre el concreto, cómo gente como mi familia me compartía un pan con café para que pudiese recobrar energías antes de seguir trabajando porque, apenas llegué no había comida en la nevera debido a la emergencia. Vi los llantos más desgarradores, pero también las muestras de solidaridad más bellas.

El 16 de abril del 2021, cinco años después, mientras navegaba por Twitter, Juan Pablo Trámpuz, excompañero de universidad y luego director de mi tesis de grado, compartía en su cuenta una de las fotografías más conmovedoras que recuerdo de aquella fecha. Un vendedor ambulante manabita llegaba al centro de acopio de donaciones en Quito, a bordo de su bicicleta, para donar la comida que vendía y guardaba en una canasta. En la foto, el hombre aparece llorando. A cinco años de esa fecha, noté que el dolor que nos causó el terremoto difícilmente se esfumará. Pero también vi en ese hombre que es capaz de desprenderse de lo que tiene para hacer feliz a otros, la representación de lo que significa Manabí. Esa hospitalidad que llevamos como bandera.

Volvamos a Cinema Paradiso -y si no la han visto, ¿qué esperan? En el sepelio de Alfredo, que es la causa por la que Salvatore regresa a su pueblo natal, Giancaldo, el cortejo pasa por el ya destartalado cine que él amó. En pocos días será demolido y, antes de que esto ocurra, Salvatore lo recorre y recuerda su paso por el lugar. Poco había de lo que tuvo en su niñez y adolescencia. En un momento, el hombre recuerda las risas, los chiflidos, los llantos de quienes disfrutaron y vivieron sus mejores momentos a través de las historias del cine. 

Aunque Manabí no tenga la misma cara que hace cinco años, es la misma. Siempre nos quedará lo que vivimos, lo que somos, por lo que somos reconocidos. Esa hospitalidad manabita que se vio fortalecida no se derrumba aun con el más grande de los azotes.

Fue inevitable volver a llorar con la escena de la implosión. Recordé cómo los edificios más emblemáticos de Manabí, que habían quedado inservibles por el terremoto, quedaron hechos añicos días después. Manabí es mi Giancaldo, pensé. A nosotros nos cambiaron la vida de un tajo. 

Cinco años después, una pandemia nos está quitando vidas a cuentagotas. Registros oficiales contabilizan poco más de 17 mil, en un año. Quizá no lo sintamos tan abrumador como en un terremoto, pero esta pandemia nos está robando las sonrisas de quienes amamos.

A cinco años, seguimos enfrentando una crisis que podría asemejarse a la de abril de 2016, cuando parecía que levantarse era imposible. Pero lo hicimos posible. Hoy enfrentamos un ‘terremoto’ que no actúa de golpe y ruidoso, sino de manera silenciosa, pero igual de letal. Las condiciones son otras, pero tenemos la misma fuerza para levantarnos.

La escena final de Cinema Paradiso, la que siempre me hace llorar, esta vez me sacó hondos suspiros. Solo la maravilla que hace Ennio Morricone en esa parte pone la piel de gallina. Al final, cuando la muerte, la destrucción, la desidia y la nostalgia pareciera que no nos van a dejar levantar, aparece algo que nos recuerda por qué la vida tiene sentido para cada uno, cuáles fueron los génesis de nuestros sueños, las razones por las que nos despertamos y sonreímos cada día, aunque estas parezcan escaparse con la cotidianidad.

Tal y como aparece ante los ojos de Salvatore, en aquella última escena, la razón por la que se escabullía de niño en la cabina del Cinema Paradiso, ese algo también nos recuerda la vida que surge entre la tragedia y, para hablar en el contexto actual, tenemos que continuar cuidándonos para honrar la vida y los recuerdos de quienes nos formaron y que ahora ya no están.

Gelitza Robles – @gelitzarobles

Author’s cut

Las redes sociales me hicieron volver a este texto y decidí republicarlo en La Contra porque es atemporal. Es la fecha en la que lo escribí (2021), estábamos pasando por una la pandemia de la covid-19, pero ahora nos está azotando una pandemia igual de horrenda. En ese tiempo, veíamos cómo nuestros seres amados se iban por un virus y, hoy, vemos cómo se están yendo por culpa del abandono y de la delincuencia. El mensaje es el mismo: tenemos que continuar cuidándonos y peleando para honrar esas vidas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *