julio 8, 2024
ActualidadGelitza RoblesPortada

Inscripción de hijos de hogares homoparentales: un logro a medias en Ecuador

Conocí a Ámbar y a Dora en 2018, justo en el año en el que el Registro Civil recibió un instructivo para empezar a inscribir bebés de hogares de parejas del mismo género. De parejas femeninas. Su hijo Sebastián tenía un año de nacido. En esa fecha, ya llevaban cuatro intentos fallidos por inscribir al niño, que ahora tiene 5 años, en el Registro Civil con los apellidos de ambas.

Ámbar y Dora son esposas y forman un hogar homoparental en Guayaquil. Y a pesar de que, en 2018, la inscripción de niños de hogares de dos mamás, era legal en el país, nunca lo consiguieron. Desde esa fecha hasta mayo de 2023, 36 parejas del mismo género han inscrito a sus hijos en el país. Azuay, Guayas y Pichincha son las provincias en las que se han realizado dicho trámite: 15 en Guayas, 20 en Pichincha y 1 en Azuay. En las demás, no ha sido posible.

Desde el 2018, cuando las inglesas Helen Bicknell y Nicola Rothon, más conocidas por el caso de su hija Satya, ganaron una lucha legal al Estado ecuatoriano para poder inscribir a la niña con sus dos apellidos. La Corte Constitucional emitió una sentencia, la Nº 184-18-SEP-CC, que exigía al Registro Civil reconocer la vulneración de los derechos de la menor de edad y ofrecer disculpas públicas.

También se ordenó una regulación legislativa que garantizara los derechos de las mujeres y la familia. Desde entonces, dos mujeres que formen un hogar y tengan hijos pueden inscribirlos. Los hombres aún no tienen ese derecho. Eso, en teoría, porque en la práctica, Ámbar y Dora, que de hecho fueron las primeras lesbianas ecuatorianas en llegar hasta el Registro Civil para inscribir a su hijo, nunca lo consiguieron.

Desde que se conocieron y se enamoraron, ambas soñaron con ser madres. Cuando nació Sebastián, juraron que lucharían por que llevara el apellido de ambas. El niño pasó sin cedulación hasta que cumplió tres años, porque ambas seguían ‘peleando’ porque se reconociera su nacimiento en un hogar de lesbianas.

“Llegó la pandemia y se complicó todo. Todo estaba cerrado. Luego, el niño ya iba a cumplir 4 años y tenía que ir al Inicial, en la escuela, y Ámbar dijo que lo inscribiera nomás con mis dos apellidos”, cuenta Dora, quien trabaja en una clínica privada.

La pandemia lo complicó todo, hasta las inscripciones de hogares homoparentales. De hecho, cuando la pandemia empezó a darle tregua al mundo en 2022 fue el año en el que más inscripciones se han realizado: 4 en 2018, 6 en 2019, 6 en 2020, 6 en 2021, 11 en 2022 y 3 hasta mayo de 2023, según estadísticas del Registro Civil a escala nacional.

Pero, ¿qué pasó con Dora y Ámbar? ¿Por qué no pudieron inscribir a su hijo? Les faltaba un requisito: un certificado de una clínica de fertilidad. En ese entonces, Silvia Buendía, quien estaba asesorando a las madres en el proceso, explicó que este documento era discriminatorio. Las clínicas de fertilidad cobran miles de dólares por realizar una inseminación, lo que quiere decir que solo las parejas que tengan los suficientes recursos económicos para acceder a ellas, pueden inscribir a sus hijos. Eso fue lo que pasó con Ámbar y Dora, pues hicieron lo que muchas parejas de lesbianas o mujeres que quieren tener hijos solas han hecho durante siglos para embarazarse: una inseminación artesanal o casera.

Ámbar se introdujo líquido seminal, donado por un amigo, con ayuda de una jeringa y con asistencia y revisión médica. Según ginecóloga Dennys Rendón, aquello es factible para la fecundación en personas sanas y no cuesta los más de 2.000 dólares que cobra una clínica.

Lucía, de Portoviejo, una lesbiana que deseaba tener un hijo realizó la práctica de la misma forma. Ella inscribió a su niña con sus dos apellidos, pues no tenía ni quiso tener pareja. En ese caso, no hay trabas. “Muchas personas optan por hacer la inseminación de esa manera. Es injusto que no luego del caso Satya siga sin reconocerse esta forma de concepción, que es por la que optan las personas que no tienen los suficientes recursos económicos para una clínica”, comenta.

El dinero no abunda en el hogar de Dora y Ámbar, lo que abunda es el amor. Ambas, con un profundo dolor y pensando en el bienestar de su niño, decidieron finalmente que inscribirían a Sebastián con los apellidos de Dora, para que pudiera recibir sus beneficios laborales y de afiliación. Incluso, sin tener un certificado de una clínica de fertilidad, pudieron haber inscrito a su niño según el artículo 24 del el Código Civil, en el que “se establece filiación y las correspondientes paternidad y maternidad por el hecho de haber sido concebida la persona dentro del matrimonio verdadero, o putativo de sus padres, o dentro de una unión de hecho, estable, y monogámica reconocida legalmente”. Ambas están legalmente unidas desde 2016. Sin embargo, algunas leyes para la población LGBTIQ+ están ahí, pero no se aplican.

Además, en la sentencia del caso Satya, la Corte Constitucional también instó a la Asamblea Nacional, ahora desaparecida, en un plazo no mayor a un año luego de emitido el dictamen, a que “adopte las disposiciones legales necesarias para regular los procedimientos médicos de reproducción asistida en forma armónica con los preceptos constitucionales”. Eso debió darse hasta finales de 2019.

Cinco años después, las parejas homoparentales masculinas aún no pueden inscribir a sus hijos. “Se debe considerar que la sentencia de la Corte Constitucional del Ecuador No. 184-18-SEP-CC, únicamente contempla inscripciones de nacimiento de hijos de progenitoras del mismo sexo, más no de progenitores”, dijo a La Contra, a través de un comunicado, el Registro Civil.

Hoy, 28 de junio de 2023, el mundo recuerda el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+. Habrá marchas en muchas ciudades, recordando las luchas de la población diversa, sus logros, aunque estos aún estén en pañales o se sigan vulnerando. En muchas ciudades en las que se ha alcanzado un sinnúmero de espacios, como en Guayaquil, se siguen instaurando discursos de odio y discriminación en contra de un sector de la sociedad que solo busca ser y estar: ser familia, ser padres, ser amados, ser libres, estar marchando, estar vivos.

Hoy recordé el caso de Ámbar y Dora, dos personas que solo quisieron ser esposas, ser mamás y que, a pesar de que la ley las protegía, vieron cómo la discriminación y los prejuicios truncaron uno de sus más grandes sueños: que su niño llevara sus dos apellidos.

 

Por Gelitza Robles – @gelitzarobles

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