julio 8, 2024
Dani MoraOpiniónPortada

Día de la Mujer: Ellas son el 8M y mi razón de ser

El texto por el 8M iba a ser otro. Hay tantas cosas de las que hablar, pero ciertas historias nos atraviesan de manera personal y obligan a cambiar lo político por lo personal.

El reto más jodido que he tenido que enfrentar durante mi vida es trabajar de cara al público con mujeres víctimas de violencia. En los varios espacios que se me han dado a lo largo de estos años, he conocido a mujeres de distintas edades, condiciones socioeconómicas, nivel educativo, estado civil que cuentan una y otra vez la misma historia. Todas sobrevivieron a lo más horrendo y bajo, la violencia perpetrada por alguien a quien ellas amaron y en quien confiaron.

Uno de los primeros casos que tuve que escuchar fue el de una niña de apenas 8 años que tuvo que vivir violaciones constantes de mano del padrastro y el tío. Fue rescatada gracias a que su madre y una tía se dieron cuenta de su cambio de conducta y algunos síntomas físicos que las obligaron a llevarla al hospital. No aguanté, lloré como nunca durante todo el camino a mi casa. No era ajena a las noticias que aparecen todos los días en nuestras pantallas, pero no pude con los ojos de esa pequeña que narraba todo lo que había aguantado.

Recuerdo que llamé a mi mamá y le dije que renunciaba, que no podía, que era demasiado, que no podía entender la maldad y mucho menos era capaz de enfrentar un monstruo de ese tamaño, pero luego la vida me puso otra vez en ese camino. Esta vez eran mujeres con pequeños emprendimientos buscando vías para recuperar sus proyectos de vida a los que habían renunciado en algunos casos y otros que les habían sido arrebatados.

Después de ganar uno de los primeros contratos, una de ellas se me acercó y me pidió que a ella se le pagara en efectivo o que su dinero lo depositáramos en la cuenta de otra compañera porque el marido no le permitía tener cuenta de banco y tenía que entregarle todo lo que ganaba. Ella le daba el 80 % diciendo que era el 100 %.

El resto me lo guardo, inge (así me trataban) y cuando tenga suficiente, me voy.

¿Por qué no se va ahora?, le preguntaba yo.

No puedo, respondía ella, pero no se preocupe, mis compañeras me cuidan.

Con ellas ganamos un total de 6 contratos a la fecha.

La tercera vez en la que la vida me regresó a ese camino, me encontré escuchando docenas de historias que en algunos casos buscaban consejo y en otras ocasiones tan solo querían hablar y se sentaban frente a mí, esperando que les crea y lo hago. Siempre estoy del lado de ellas. Siempre porque una vez yo estuve de ese lado de la mesa y hubo gente que no me creyó y eso casi me cuesta la vida; porque conozco lo difícil que es contar tu historia y lo valioso de encontrar a gente que te escuche y te tienda la mano.

Luego la vida una vez más. Diferentes ciudades, diferentes mujeres, pero sus historias no eran ajenas. Todas habíamos atravesado la violencia, el menosprecio, el acoso, la condescendencia y, de una u otra forma, habíamos encontrado nuestra voz y ganado espacios. Esas mujeres me hacen sentir orgullosa, no todas tienen nombres conocidos o redes sociales, pero están cambiando al mundo desde sus comunidades, desde sus espacios, desde realidades que muchos de nosotros ni siquiera podemos imaginar.

Ellas me han transformado. Cada vez que tengo la oportunidad de escucharlas, de enterarme de sus logros, de sus sueños, cada vez que alguna de ellas se acuerda de mí y toma el teléfono para conversar o que las veo salir con un semblante sonriente después del primer encuentro en el que el temor se había apoderado de sus cuerpos, tengo fe.

Me gusta ser una pequeña pieza en todo el entramado que ellas están tejiendo cuando se levantan por la mañana y salen a enfrentar el mundo. A veces escuchando, a veces brindando una solución, a veces ofreciendo un cafecito mientras ellas se lucen en los podios y las tarimas, a veces peleando para que les paguen lo justo, a veces replicando los mensajes que exigen justicia, a veces marchando, a veces gritando en medio de la multitud.

Aún me parte el alma cada historia que aparece en la pantalla, cada mujer, niña o adolescente que ya no está, que no sobrevivió, aún me encierro a llorar cuando leo lo despreciables que llegamos a ser frente a cada historia de dolor. A veces me encuentro maldiciendo y diciendo que lo destruiría todo en nombre de todas ellas, pero no cambiaría este camino. Tengo la esperanza puesta en otras miles de mujeres que como yo, trabajamos por y para las demás.

Ellas son el 8M y mi razón de ser.

 

Por Dani Mora – @DaniMSantacruz

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