diciembre 3, 2024
Bernardo GortaireOpiniónPortada

¿Quo Vadis, Ecuador?

Ecuador es un país de contrastes. Y no estoy hablando de su diversidad de paisajes sino de la realidad de sus jóvenes. Mientras, por un lado, el gobierno de Daniel Noboa se ha animado a llenar de juventud su gabinete; cosa que sería celebrada de no ser por la selección antojadiza y nepotista. Por otro lado, cientos de miles de jóvenes ecuatorianos están expuestos a un presente aterrador y violento y un futuro incierto y desolador.

Durante la pandemia tuve la dolorosa fortuna de recorrer Quito y sus alrededores en la hermosa misión de brindar víveres a familias que los necesitaban para evitar su contagio. Conocí a decenas de familias, algunas que habían recibido otras ayudas del gobierno o alguna iglesia, otras tantas solo habían recibido desprecio. Todo esto mientras en los medios se decía que todos “estábamos en el mismo barco”. Lo que se ignoraba es que no era el mismo barco, solo la misma tormenta. Una tormenta en la que algunos pasearon en sus yates y otros en pequeños barcos de caña y material reciclado.

No fueron pocas las madres que me comentaron que, aparte del hambre, les angustiaba el futuro de sus hijos y de su educación. Recuerdo claramente, a pesar de haber pasado ya cuatro años, a aquella mujer que me comentaba que en su hogar de cuatro se turnaban para hacer uso del único celular de la casa. El hijo mayor tenía apenas dos horas de clase al día, a veces no podía atender a ellas y tenía que verlas en la noche, porque en la mañana el padre debía llevarse el teléfono para tener cómo comunicarse. ¿Y el hijo menor que también estaba en edad escolar? Nada. La prioridad era su hermano.

Es curioso, por no usar otro adjetivo, que en Ecuador existan segmentos que siempre se atañen la bondad como algo propio. La “gente de bien”, que vive en constante competencia por ser “más” que el resto, se llena la boca de ética y moral, muchas veces cristiana. No obstante, “por sus frutos los conoceréis”. Y los frutos que el Ecuador está dejando distan mucho de ser dulces. El país ahora aparece en titulares internacionales por su violencia, por su inestabilidad, por invadir embajadas y por militarizar sus calles.

Es difícil entender ese país diverso. Todos parecen ser muy conscientes de los problemas de origen. Se reclama sobre la pobreza (aunque algunos se olvidan de la desigualdad), la corrupción (aunque se suele ignorar aquella de quien nos cae bien), y todos los vacíos en lo fundamental. El vacío en la educación, que ha apartado a miles de niños y adolescentes del sistema educativo, el vacío en la salud, que obliga a miles a vivir con dolor y enfermedad, el vacío del trabajo digno, que empuja a miles a huir del país y refugiarse en el exterior.

El ecuatoriano común parece ser muy rápido en determinar quién es digno de vivir y quién no. El ejemplo más claro está en aquellos que integran los grupos criminales, el valor de la persona parece un concepto totalmente ajeno para ellos. Pero lo que asusta aún más es que tanta gente que se considera “buena”, tampoco tenga un aprecio por la vida del resto. Ecuador poco a poco se transforma en una máquina de muerte. Las carnicerías de las masacres carcelarias no han provocado ninguna reforma digna del sistema penitenciario. El incremento de la muerte en las calles ha sido respondido con la misma violencia. Las torturas a manos de las fuerzas militares fueron aplaudidas, aunque ahora se esconden por miedo a las sanciones.

Un país sano condenaría con severidad a alguien que quema viva a otra persona por el delito de hurto de aguacates. También se preguntaría severamente qué está pasando para que tantos jóvenes recurran a la ilegalidad. Un país sano se preguntaría por qué tantos jóvenes huyen, algunos fuera del país, otros tantos son más radicales y optan directamente por terminar con su vida, antes de que el sufrimiento externo haga lo propio.

¿A dónde va el país? ¿Qué futuro le depara? ¿Es posible pedir un poco de reflexión antes de empuñar el arma fraticida o simplemente tendremos que aceptar el holocausto como el dios de nuestro himno?

 

Por: Bernardo Gortaire Morejón

Foto AFP

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