¿Es el ‘amor líquido’ un destino inevitable?
Por mucho tiempo, el amor fue considerado una de las fuerzas más poderosas, profundas y transformadoras de la humanidad. Sin embargo, en la era de la modernidad líquida que Zygmunt Bauman describe en su obra “Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos”, esa misma fuerza se ha visto erosionada, fragmentada y reducida a una serie de intercambios superficiales, que, lejos de nutrirnos, parecen disolverse con la misma facilidad con la que se crean.
Bauman enmarcó este fenómeno en un contexto de globalización, individualismo, inmediatez e incertidumbre, deduciendo que las relaciones interpersonales han perdido profundidad y permanencia. Lo que antes se veía como un lazo firme y cargado de significados, se convirtió en algo “fluido”, en muchos casos, desechable. El amor, como las demás relaciones sociales, carece de una base sólida sobre la cual asentarse.
El gran protagonista en esta historia resultaría ser el mercado, ya que, en la sociedad contemporánea, predominan los ideales de consumo, penetrando en cada aspecto de nuestra vida, convirtiendo al amor en una mercancía más. En lugar de ser una experiencia trascendental que nos permite conectar profundamente con el otro, el amor se vende, se compra, se abandona.
Este vacío emocional, esta ansiedad de permanencia en un mundo fugaz, es un fenómeno que tiene profundas implicaciones políticas. En primer lugar, el amor líquido refleja el vacío existencial que deja un sistema económico que no está diseñado para fomentar el bienestar colectivo, sino para maximizar el beneficio personal. Los valores del tardocapitalismo, centrados en la acumulación, han favorecido la desconfianza y la atomización social, el «otro» ya no es más un leal compañero de viaje, sino un producto más en el estand de los afectos.
La digitalización y el auge de las redes sociales han fragmentado aún más nuestros vínculos. Aunque nunca habíamos estado tan «conectados», paradójicamente, el acceso ilimitado a la información (personas) no ha hecho sino profundizar la soledad. La conexión es superficial, la cantidad prima sobre la calidad, la inmediatez se impone sobre la reflexión.
¿Se puede restaurar el equilibrio de las relaciones humanas en este mar de liquidez emocional?, ¿es el amor líquido un destino inevitable?
Podríamos empezar por resignificar los vínculos afectivos, de meros productos de consumo a procesos vulnerables que requieren tiempo, esfuerzo, compromiso. Es cierto que, en una sociedad tan marcada por la inmediatez, el rescate de este «tiempo de calidad» se convierte en un desafío.
A nivel antropológico, el amor como fenómeno humano ha tenido siempre un componente comunitario y de interdependencia. Las sociedades tradicionales, a pesar de sus muchas imperfecciones, proporcionaban un entorno en el que el amor no solo era una experiencia individual, sino una construcción arraigada en la cooperación y la solidaridad. La familia, la tribu, la comunidad eran los lugares donde los individuos aprendían a amarse a través del respeto y la reciprocidad.
Por ende, la atomización social podría ser contrarrestada con la creación de espacios donde las personas puedan reencontrarse no solo como consumidores, sino como miembros de una comunidad que depende de la cooperación. Esto implica (como era de esperarse) la creación de políticas públicas que fomenten la cohesión social, el bienestar colectivo y el fortalecimiento de redes de apoyo, en lugar de seguir apostando por una lógica de competencia individual.
Finalmente, una transformación profunda de la sociedad moderna pasa por una reconsideración de nuestros valores. Esto implica no solo un cambio a nivel individual, sino un movimiento colectivo que recupere el valor del compromiso. Solo así podremos -tal vez- restaurar la solidez de los vínculos humanos, enfrentándonos con valentía a la liquidez que Bauman tan certeramente describió.
Y ya que está tan de moda hablar de la “reconstrucción del tejido social”, cabría añadir el “tejido afectivo” a la ecuación para darle una revisión profunda a nuestras prioridades, un esfuerzo por recuperar lo que hemos perdido en el camino hacia la modernidad líquida: la capacidad de amarnos, cuidarnos y respetarnos plenamente.
Por Andrea Palma Escobar