Crisis de inseguridad en Ecuador: Un grito por todas las madres
Mientras mi hija se preparaba para bailar por primera vez en un festival por el Día del Amor y la Amistad en su escuela, una pequeña de su misma edad fue asesinada a tiros en Huaquillas, El Oro. Había visto esa noticia, la más comentada del 14 de febrero, unos minutos antes de que empiece el evento escolar. Cuando mi hija salió a hacer su presentación, no pude contener el llanto y el dolor de saber que en otro lugar de este mismo país había una madre que jamás podría ver a su hija haciendo algo tan habitual como lo que yo estaba viviendo. No hay derecho.
Ninguna madre merece recoger el cadáver de su hija de la calzada. Lo triste es que ese es el Ecuador que tenemos. En lo que va del 2025, las madres y las familias de -al menos- 63 niños han tenido que recoger los cuerpos sin vida de sus pequeños y conformarse con comunicados oficiales fríos y mal escritos de las instituciones que deberían impedir que esto sea lo cotidiano. Solo reciben frases como: «la Policía trabaja de manera exhaustiva para esclarecer los actos de violencia”. Como si tuviéramos alguna esperanza de que eso ocurra o, peor aún, como si creyéramos en la justicia.
Lo más cruel es que nos vamos desensibilizando y acostumbrarnos a esta realidad, supongo yo que nace de la necesidad de no perder la poca cordura que nos queda. Yo, como madre, como mujer, como ecuatoriana, me rebelo a pensar de que ese es el presente y el futuro con los que mi hija va a crecer.
Si ver a una madre -quebrada, gritando de dolor, de rodillas frente al cadáver de su hija asesinada de una forma en la que no podría imaginar posible ni siquiera para un perro rabioso- no nos hace pensar en qué estamos haciendo mal y por qué llegamos a este punto, estamos perdidos como nación. Y no, no puedo contener las lágrimas y de maldecir el país en el que vivimos. El dolor de Patria me rebasa.
Esa madre, producto de la misma balacera, murió la madrugada del 17 de febrero y, aunque suene muy crudo, sentí alivio por ella. Pensar en que se iba a recuperar físicamente para lidiar con el luto eterno de su bebé es algo que no me cabía en el alma. Cuantas otras madres si tienen que vivir con ese duelo, sin justicia, sin reparación, sin siquiera una condolencia de parte de un Gobierno negligente, indolente e inútil.
La narrativa del “daño colateral” ya no alcanza para tapar la inacción o lo errático de las acciones estatales. Tratar a niños, niñas, adolescentes muertos por sicariato y ataques criminales como si fueran vidrios rotos, autos abollados o daños al patrimonio, no puede ser el discurso oficial del Estado. Es miserable.
Seguro, tristemente, mientras escribo estas líneas y pienso en los niños asesinados durante lo que va de este año, o en los niños de Las Malvinas y otros más que partieron en situaciones similares, hay más niños siendo víctimas de la violencia desmedida, de estados de excepción que no sirven para nada, y que quizás nos demuestre que haber sacado del cargo a la exministra Mónica Palencia a estas alturas del partido no sirve de nada. ¿Recién ahora el Gobierno se da cuenta que su Plan Fénix es una farsa que cobra cientos de vidas cada mes? Quizás nombrar a un nuevo ministro que deja más dudas que certezas, por lo que se sabe de su vida pública tampoco da calma ni da para pensar en un giro a la realidad.
Quién puede saber si en esas vidas que tan brutalmente fueron segadas teníamos una posible Presidenta del Ecuador, a una promesa del fútbol que nos lleve a ganar el primer mundial, a un chef que lleve a nuestra comida tradicional a lo más alto de la gastronomía del mundo, a una nueva escritora que invente para nosotros cuentos fantásticos, a un cantante con la voz más dulce, a una gran científica que descubra la cura para alguna enfermedad del futuro, a obreros, a arquitectos, a médicos, a abogados, a deportistas, a periodistas, a investigadores, a seres que de verdad en 20 o 30 años pongan a este país en primera plana por cosas buenas.
Dolorosamente, nunca lo sabremos porque hoy, en este presente despiadado, sus nombres y sus cortas vidas son parte de un conteo ruin de daños colaterales de una violencia desmedida que nos consume como sociedad y por las que parecería que nadie hace nada, o que por lo menos, poco les importa. Que sus nombres nunca se olviden, que pensar en ellos nos obligue a pedir sensatez y madurez para gobernarnos.
Hoy escribo como una madre destrozada por saber que muchas como yo no podrán acostar esta noche a sus hijos ni verlos despertar en la mañana. Por ellas grito y lloro, porque no merecemos vivir en un Ecuador donde una bala perdida es una amenaza permanente para las infancias; también por todas las que vivimos con pánico de que nuestros hijos se críen en esta realidad. Necesitamos un golpe de timón urgente que nos saque de la tormenta y nos lleve a un lugar seguro donde podamos sanar las heridas de Patria y volver a empezar.
Por Camila Witt