Elecciones presidenciales en Ecuador: La recta final o reflexiones de segunda vuelta
Antes eran los anuncios insufriblemente prefabricados de los mormones y su falsa promesa pomposa de alcanzar la felicidad a través del sometimiento a reglas burdas y falaces los que me arruinaban las duchas (sí, no utilizo Spotify sino YouTube regular no Premium, como rockola digital) escuchando el álbum Nada Personal de Soda Stereo o una playlist de funk –esto lo escribo siendo católico crítico por obra y gracia de Dante, Sor Juana Inés de la Cruz, el kitsch latinoamericano y Fray Tormenta–. Ahora, su gemelo idéntico prohibido en reuniones familiares se hizo presente desde aproximadamente dos semanas atrás, luego del debate presidencial de segunda vuelta: los anuncios políticos.
“Ya estoy harta de tanta propaganda todos los días. Ya sabemos que hay que ir a votar, ¿por qué seguir molestándonos con sus anuncios?”, me decía mi mamá después de que se interrumpiera un video en su perfil de Facebook por un anuncio. La entiendo. Siempre es cansón que te sigan atosigando de manera constante con algo; en este caso en particular, con propaganda electoral. Sin embargo, entre Luisa González y Daniel Noboa existe una gran diferencia –por más anticorreísta, de derecha o “apolítico” que seas– que hay que nombrar: Daniel Noboa no respeta las normas electorales, haciendo y deshaciendo de su figura de “presidente-candidato” (y ni se diga de su presupuesto de campaña). Recuerda: para él, la democracia es un juego que puede manipularse a conveniencia. Y lo ha demostrado.
Ciertamente los anuncios y propagandas en esta época pueden molestarnos mucho puesto que los vemos en todas partes – buses, autos particulares, postes de luz, videos–, de diversas formas –vallas publicitarias, presentaciones musicales, cartones, papel, digitalidad– y con un componente esencial: desconectarnos de nuestra vida política. Es tanto el fastidio que nos ha provocado la palabra política que sin lugar a dudas a la gran mayoría de ecuatorianos les tiene sin cuidado lo que pueda ser de la misma pues, a consideración muy generalizada, es mala, perversa, un juego de rufianes y de “vivos” que sacan la mejor tajada de su hipocresía. Pero, quizás dejamos de lado algo que se le escapa a nuestra conciencia: todo acto que realizamos forma parte de nuestro ser político: lo que decimos, con quienes convivimos, nuestros afectos, qué hacemos en nuestro día a día.
El universo digital resulta ser el más manipulable en toda esta campaña, y uno de los elementos esenciales de la erosión democrática pues, sin políticas de moderación en redes, la información falsa y manipulada ha mermado la verdad haciendo de la mentira la carta de juego preferida para instalar diferentes narrativas en las mentes de los votantes. A esta manipulación se suma el elemento de la inteligencia artificial que, inclusive para observadores cautelosos, resulta ser muy compleja de diferenciar. Debido a esto, no solo se agudiza el odio y la desinformación, sino que se convierte en la estrategia preferida por partidos y movimientos de derecha y de izquierda, además de su forma de “invertir” en plataformas digitales.
María Galindo, escritora y comunicadora boliviana, afirma en su libro Feminismo Bastardo, que la democracia liberal representativa está agonizando, prácticamente muerta. A esto se suma su aseveración de que el voto no sirve, pues solo legitima sin representación, sin decisión ni garantía de nada. En parte, Galindo tiene razón en sus afirmaciones. Nuestro caso como país en los últimos 8 años demuestra que el voto se emplea como guillotina discursiva de falsas promesas. El necroliberalismo iniciado con Lenín Moreno, consolidado con Guillermo Lasso y elevado al autoritarismo rampante de Daniel Noboa son muestra de ello. Y se entiende el porqué muchas personas preferirían no votar o ir con resaca a sufragar: el voto no nos ha garantizado nada en estos últimos años.
Podríamos decir, al carajo con todo y que todo se convierta en una interpretación vacía y estúpida del anarquismo, que impere una realidad a lo Mad Max o una controlada a nivel digital y bio-político como el Animatrix, pero…la misma María Galindo propone una solución ocurrente o pertinente según nuestras experiencias y perspectivas de vida: la utopía. Una donde la calle sea el espacio de recuperación de lo público en asambleas de debates y de convivencia donde podamos reconocer nuestras contradicciones identitarias como la fuerza vital e inagotable que perpetúe lo que Galindo llama una ética de la coherencia donde el diálogo nos permita hacer historia y de esta manera, subvertir el orden establecido; un espacio bastardo donde el binarismo político, histórico, de género, dejen de ser la norma.
Tomará tiempo (mucho tiempo eso sí), sanar las heridas: nuestro gran problema de no saber cómo relacionarnos con los otros, el odio profundo de ser ecuatoriano sin folklorismos en qué apuntalar nuestra identidad, nuestra amnesia y los sueños que se esfuman al pronunciar la palabra política como veneno. Si no queremos hundirnos en el fascismo, en el autoritarismo, en la polarización, más nos vale utilizar nuestros desacuerdos como potencia política, su complejidad como construcción e idear alternativas a este modelo totalizador que es el capitalismo.
Sí, la ducha es un gran espacio para empezar a filosofar, dudar e idear soluciones alternativas. Así que, paciencia con los anuncios.
Por: Sebastián Vera