julio 5, 2024
Gelitza RoblesOpiniónPortada

El día de una vida de luto en Guayaquil

Tuve que replantearme el inicio de este texto. Este 13 de abril de 2023, que se podría catalogar como uno de los más desmoralizantes para Guayaquil, no tuvo una peor forma de concluir: con una advertencia de ataques con bombas de la Embajada de los Estados Unidos en Ecuador. Por si no tuviéramos ya suficiente terror con el cual irnos a la cama.

Estaba escribiendo en mi terraza, dentro de una casa cercada hasta los dientes y, aun así, sentí miedo. Este es un terror colectivo. Uno que no se va, aunque estemos en nuestras propias casas que, en Guayaquil, desde hace varios meses se han convertido en cárceles. Pocos quieren salir ya de sus casas. El pánico a que explote una bomba o caer muerto en una balacera en algún restaurante se ha derivado en una ciudad que amanece con muerte y muere con muerte.

Solo hoy, el desconsuelo nos arropó con tres pescadores asesinados en la parroquia rural de Posorja. Las balas se escucharon terroríficas hasta el malecón. Esta matanza ocurrió a solo dos días de una masacre en el puerto pesquero de Esmeraldas. Ocurrió en dos ciudades que están en pleno estado de excepción, con militares patrullando las calles.

La piel se erizaba de pena por los gritos amargos de los familiares de los pescadores, recogiendo los cadáveres de quienes salieron a trabajar y llegaron muertos. Pero no terminaban de retumbar los lamentos en Posorja, cuando tres mujeres jóvenes, de 26, 29 y 31 años, fueron acribilladas justo afuera de su lugar de trabajo: la Penitenciaría del Litoral. Eran guías penitenciarias. Una de ellas, incluso, recién había empezado en esta labor.

Hasta los medios internacionales reportaban con horror lo que, solo hoy, se vivió en Guayaquil. Pero esto ya se ha vuelto una constante. ¿Y nuestros gobernantes? Empecemos por el Presidente. Al menos en su cuenta de Twitter, no hubo un solo pronunciamiento sobre Guayaquil.

En su último retuit, un posteo festivo por el centenario de la Academia de Guerra del Ejército, un usuario le recordaba que “el Ecuador está en guerra, señor. Parece que los únicos que no se han enterado son ustedes”.

Este es un Gobierno tan alejado de la realidad que, en la que probablemente sea la crisis de seguridad más grande que vive el país, la Secretaría Nacional de Seguridad está sin cabeza. Un día antes de todo este desconsuelo, Diego Ordóñez oficializaba su renuncia. Una renuncia que no se lamenta. En ocho meses, deja el puesto con masacres y niveles nefastos de inseguridad.

“Salgo del Gobierno con la certeza de haber avanzado en el logro de los objetivos definidos a la creación de la Secretaría”, dijo. ¿Qué estadísticas estará recibiendo Ordóñez para que se atreviera a pronunciar esa frase?  Porque Ecuador cerró el 2022 con su peor registro de violencia criminal. En el país se reportaron 4.603 muertes violentas, es decir, una tasa de 25 casos por cada 100.000 habitantes. En 2021, la tasa oficial de muertes violentas fue de 13,7, es decir, en un año el incremento fue de 82,5%. Eso, bajo cualquier lógica, no es ningún logro. Pero la lógica que tiene de rodillas al pueblo no es la misma que la de ellos. Y tampoco parece ser la de la alcaldesa Cynthia Viteri que, desde que perdió las elecciones, parece no importarle más la seguridad de los guayaquileños.

Y así vivimos o, mejor dicho, sobrevivimos en Guayaquil que hoy nos mostró la cara de lo que se ha convertido el país: un lugar en el que ya no basta el autocuidado, en el que ya no es suficiente ni siquiera estar en casa. Vivimos en una cárcel donde el terror es el castigo que nos han impuesto por la negligencia y la desconexión de la realidad de quienes nos gobiernan. Nos han derivado al luto, a la disociación de lo que es real e irreal. Nos han hecho normalizar la muerte, la extorsión, el llanto y borrar los crímenes porque, en un pestañeo, tenemos otro golpeándonos en la nuca.

 

Por: Gelitza Robles – @gelitzarobles

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