julio 9, 2024
Bernardo GortaireOpiniónPortada

Pedro y el lobo: El presidente que gritó «terrorismo»

Terrorista por aquí, terrorista por allá. El Plan Fénix es un éxito según el gobierno, pero la violencia sigue vigente y dicho éxito parece reservado para unos pocos. Se habla de guerra, pero, al más puro estilo de Colombia y México, mucha gente ni siquiera ha sentido una diferencia entre la declaratoria del conflicto y su realidad vigente. El frente más amplio está en el ámbito comunicacional.

La necesidad de una intervención del Estado era necesaria. Algunos sectores parecen desconocer el nivel de deterioro que venían enfrentando las fuerzas de seguridad del Estado, sobre todo las Fuerzas Armadas, en su capacidad para enfrentar a las amenazas del crimen organizado. Desde la firma de la paz con el Perú, y desde el abandono de la misión de aportar al desarrollo en la Constitución de Montecristi, las Fuerzas Armadas perdieron sus objetivos estratégicos y comenzó un escenario que las agrupaciones criminales han sabido aprovechar.

Los casos de infiltración tanto en las Fuerzas Armadas como en la Policía Nacional fueron un síntoma que debía haber sido motivo de reclamo urgente popular, sobre todo por parte de la prensa, para que las autoridades comiencen con un proceso de depuración. Ciertas voces, en especial en redes sociales han aupado por esta solución parcial al problema, pero ni autoridades ni los grandes medios han abrazado esta urgencia y la narrativa ha quedado en el silencio.

Se trata de una necesidad compleja. A los actores políticos no les conviene enemistarse con las fuerzas de seguridad que, durante los últimos años, han servido como escudo protector para los políticos de turno. Tanto Guillermo Lasso, como Lenin Moreno, e incluso el mismo Rafael Correa, establecieron pactos y vínculos con uniformados para lidiar con las movilizaciones sociales. Daniel Noboa no se muestra muy distinto. Es más, el romance comunicacional es notable, y ha replicado la costumbre populista de Lasso (copiando a Bolsonaro y a Trump) de disfrazarse con hábitos militares y policiales.

Mientras tanto, se ha abrazado como un éxito devolver a la inseguridad a sus burbujas tradicionales. En primera instancia las urbes han logrado liberarse del empujón violento que los grupos criminales trataron de imponer a comienzos de 2024, pero los sectores marginales siguen siendo acosados por las extorsiones, el reclutamiento, y la necesidad. Las imágenes de sadismo y morbo parecen haberse suspendido, bien sea porque al fin se entendió que para luchar contra el crimen no es necesario actuar como criminales, o porque la comunicación desde los operativos ha optado por esconder las muestras de falta de capacidad para lidiar con las amenazas internas en el marco de un Estado de derecho(s).

Tal vez la nueva dureza que se busca proyectar es la que los habitantes de Palo Quemado y sus simpatizantes han tenido que enfrentar en carne propia. El mensaje parece ser que el “Nuevo Ecuador” se formará a imagen y semejanza de lo que el presidente y sus financistas y aliados quieran o de lo contrario eres un “terrorista”, “conchudo” y “atrasa pueblo”, al más puro estilo de las sabatinas. Aparte de problemático desde la perspectiva conceptual, este es un salto atrás que desenmascara al presidente del supuesto discurso de nueva política. Aquello de enmarcar a quien piensa distinto en términos despectivos es lo mismo de siempre, pero con tarifa de IVA al 15 %.

A los asesores presidenciales no parece importarles: Daniel Noboa sigue siendo popular. Una sociedad que requería urgentemente el retorno de atisbos de estatalidad ha respirado con alivio el cambio de mando, lejos de un grupo de personas que ahora han vuelto a medios a ser expertos de lo que se debería hacer, pero cuando estuvieron en el mando no hicieron o no supieron cómo hacerlo. Paralelamente, una nueva consulta llena de vacíos, igual a la del anterior régimen, se pone en discusión, temporalmente con más opciones a imponerse, pues consultas y referéndums siguen siendo termómetros de popularidad, en una sociedad de cultura política defenestrada.

Mientras tanto, el temor de que el fénix no renazca de las cenizas empieza a hacer eco en más personas. El riesgo de que se perpetúe la dinámica de trivialización del terrorismo es amplio y grave. Cuando se llama terrorismo a todo, se pierde el significado de la palabra y se debilita el Estado de derecho, acercándose a nociones de autoritarismo. Y en el autoritarismo se abre la puerta al terror de Estado, casi o incluso más peligroso que otras amenazas a la seguridad.

Por: Bernardo Gortaire Morejón

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