Apatía electoral: una respuesta al agotamiento político
La política en Ecuador, más que nunca, parece haber sido secuestrada por un sentimiento generalizado de desconfianza. Mientras nos acercamos a la segunda vuelta electoral, el panorama no es el de un país comprometido con su futuro, sino el de una sociedad dividida, confundida y hasta apática.
La ciudadanía, cansada de promesas rotas y discursos vacíos, se enfrenta a una de las elecciones más cruciales en la historia reciente del país, pero con una creciente atracción hacia el voto nulo y una indecisión paralizante.
La crisis ideológica, ya desbordada desde hace tantos años, nos sumerge en la disyuntiva de votar siempre por el “menos malo” o simplemente no votar. Los partidos políticos se han desdibujado tanto que resulta difícil, incluso para los más politizados, identificar lo que realmente representan.
La indecisión que se apodera de algunos votantes refleja una profunda desilusión hacia la política, un sentimiento de que, al final, nada va a cambiar. Los ecuatorianos sienten que las estructuras de poder están muy alejadas de sus necesidades reales. Esta apatía no es producto de la ignorancia o la falta de interés, sino más bien de un agotamiento político que se ha acumulado durante años de gobiernos corruptos, promesas incumplidas y crisis económicas recurrentes.
En esta situación también entra en juego el fenómeno del voto nulo. Para muchos, anular el voto parece ser el acto más coherente frente a un sistema político que no representa sus intereses.
Pero la apatía no es un sentimiento que aparece el día de las elecciones, es el resultado de años de desconfianza institucional. Algunos ecuatorianos nos sentimos desconectados de los partidos políticos y peor aún, no creemos en el sistema electoral.
La sensación de que “da lo mismo” votar por uno u otro es la manifestación más fiel de un desencanto generalizado que no se puede resolver con promesas de cambio ni con caras nuevas. La política en Ecuador ha sido tan profundamente herida por la corrupción y la falta de justicia que resulta difícil para cualquier candidato reconstruir la credibilidad de los votantes. El sistema está roto, y la apatía es su respuesta.
No podemos ignorar que la apatía colectiva es también producto de un proceso histórico. La falta de educación política y la desconexión entre los líderes y la gente han creado un caldo de cultivo donde la desinformación y la corrupción son “la norma”. El ecuatoriano promedio ya no ve la política como un medio para mejorar su vida, sino como un juego de intereses en el que siempre tiene las de perder.
Entonces, ¿qué nos queda?
Aparentemente, la única forma de salir de este ciclo es reconstruir la confianza en las instituciones, devolverle a la política su capacidad de servir y, además, reconocer que la apatía nos convierte en presa fácil del despotismo.
El cambio, aunque difícil, depende de nuestra capacidad para volver a creer en una política que favorezca a la población y no a los egos.
Por Andrea Belén Palma