La peatonalización como apuesta por la niñez y el futuro urbano en Guayaquil
Por décadas, el diseño urbano de nuestras ciudades ha privilegiado al automóvil sobre las personas, especialmente en América Latina. Avenidas anchas, aceras estrechas y espacios públicos pensados más como zonas de paso que como lugares de encuentro son el legado de una visión de ciudad centrada en la movilidad vehicular. Sin embargo, esta tendencia puede revertirse, incluso en contextos tan desafiantes como el de Guayaquil.
La peatonalización de la calle Panamá y eventos como la Ruta Mágica en la avenida Malecón son señales esperanzadoras de una transformación en marcha. Estos proyectos no solo revitalizan sectores urbanos, sino que devuelven a la ciudadanía —en especial a la niñez y las juventudes— su derecho a habitar la ciudad.
La experiencia de otras ciudades del mundo respalda esta tendencia: Bogotá, Medellín o Ciudad de México han demostrado que las ciudades caminables son también ciudades más prósperas.
Pero la peatonalización es mucho más que cerrar una calle al tráfico, es una afirmación política sobre quién tiene derecho a estar en el espacio público. Cuando una vía se transforma en un corredor peatonal con cafés, arte urbano y actividades culturales, no solo se embellece un sector; se redefine su uso y se abre una puerta para que nuevas dinámicas sociales y económicas florezcan.
Es decir, la peatonalización trae consigo una reactivación comercial notable. Lo que antes eran calles abarrotadas de tráfico se convierten en zonas de estadía, donde los negocios pueden prosperar gracias a un flujo constante de personas que caminan, se detienen y consumen.
El evento Ruta Mágica» que convirtió un tramo de la avenida Malecón en un espacio lúdico, demostró el enorme potencial de este tipo de iniciativas. No se trató simplemente de una celebración puntual, sino de una muestra de lo que puede ser la ciudad cuando se piensa desde la infancia: una ciudad que juega, que acoge, que permite la sorpresa y el descubrimiento.
Estudios de desarrollo humano sostienen que el acceso seguro a espacios públicos impacta directamente en el bienestar emocional, físico y social de niños y jóvenes. Un entorno urbano que les permite jugar, encontrarse, desplazarse sin miedo, fortalece su vínculo con la comunidad y con la propia ciudad.
Es significativo que, en Guayaquil, una ciudad históricamente regida por la lógica del tráfico y la seguridad privada, se comiencen a consolidar espacios donde las familias pueden moverse libremente, sin miedo ni restricciones.
Pero esta transformación no puede quedarse en intervenciones aisladas o en fechas específicas. El desafío es mayor: diseñar políticas públicas que reconozcan el valor estratégico del espacio público y la peatonalización como ejes de desarrollo social. Significa también escuchar a los niños y jóvenes como actores urbanos legítimos. Esto implica diálogo intersectorial, presupuesto constante y, sobre todo, voluntad política para sostener un modelo de ciudad centrado en las personas, no en los vehículos.
Por Andrea Belén Palma