octubre 17, 2025
OpiniónPortadaSebastián Vera

Los ‘héroes’ de la Patria

Un día domingo, mientras comía una corvina con papas fritas y sus guarniciones acompañadas de una jarra de jugo de mora con coco más su yapadito, no puede evitar sentirme completamente rodeado. La Comandancia General de la Policía Nacional solo se encuentra a unas cuadras del Mercado de Santa Clara, en Quito.

Decenas de policías comían (o en términos modernos, bruncheaban) y, al menos en ese espacio perfecto -entre caseritas amables, aromas de delicias criollas, familias, barcelonistas a punto de recibir su ticket de despedida del hexagonal por parte de Independiente del Valle en la tarde y música popular- solo eran gente común y corriente.

Al ver a Andrea frente a mí, disfrutando de su comida, sus ojos se tornaron oráculos y una interrogante se asomó en ellos (seguramente por ser ella psicóloga clínica y entender la mente y sus complejidades mejor que yo): ¿qué convierte a una persona en policía, en aquella representación del odio más recio que un ciudadano puede tener frente a la autoridad y cómo aquel desprecio también se ha trasladado a los militares?

¿Qué te lleva a ser policía y militar?

Durante la infancia, al preguntar a niños o niñas por sus profesiones futuras (descartando streamer, tiktoker, youtuber o influencer de la lista porque ganarían con creces), generalmente se escuchan tres opciones recurrentes: doctor, policía o militar. Las dos últimas están unificadas por un factor importante: la ilusión de heroísmo.

Si algo existe de ilusión en las cientos de miles de horas que recibimos (si es que las recibimos) clases de historia o ciencias sociales (el que sabe, sabe; el que sabe más, sociales) son los mitos que alimentan las jóvenes mentes de quienes ven en figuras patrióticas (“Prefiero morir antes que retroceder” diría el dictadorzuelo) –generalmente masculinas– el camino a la gloria de una pensión fija, la autoridad bruta que ofrece un uniforme y la esperanza de ejercer aquella violencia que convierte a las instituciones del “orden” en ejemplos de “disciplina, valor, lealtad y sacrificio”.

En entrevista para el medio Status Coup News, Russell Ellis, o mejor conocido como Jolly Good Ginger, habla sobre la razón central que impulsa a una persona a tomar la decisión de enlistarse en el ejército (también traslado la idea a formar parte de la Policía Nacional): la pobreza. En palabras de Ellis, veterano del ejército estadounidense, la herramienta número uno para aumentar los números de las “fuerzas del orden” es la pobreza y la seguridad de lo que no podrías obtener siendo un ciudadano regular: salud, vivienda y estabilidad salarial.

“Ofrecemos socialismo para defender al capitalismo”, sentencia Ellis. Las Fuerzas Armadas de Ecuador cuentan con cerca de 161.000 elementos en servicio activo; la Policía Nacional, 65.000 efectivos: 226000 personas al servicio de un estadounidense que, siguiendo el ejemplo de su jefe del Norte, utiliza la represión para “controlar” a la población, reprimir manifestaciones y maltratar, golpear, desaparecer y matar a quienes consideren “enemigos del Estado”.

Policías y militares, como dirían Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, van apartando a golpes sus propios dolores para ser los más premiados de la morgue porque están hundidos en sus heridas.

Desde hace ya 4 años, las Fuerzas Armadas de Ecuador se preparaban en técnicas de combate urbano. Desde Lasso, y su constante política de estados de excepción ahora replicada por Daniel Noboa, se dio apertura a que la milicia se uniera en tareas de seguridad conjunta con la Policía –a pesar de los “celos institucionales” como lo dijo un general– para poder controlar disturbios haciendo uso progresivo de la fuerza. Jamás se ideó esto para atacar el núcleo de la violencia en el Ecuador, la cual se origina por la corrupción de las élites mafiosas. Tampoco ante una posible escalada de conflictos en zonas urbano empobrecidas de ciudades costeras como Esmeraldas, Durán o Guayaquil.

El plan la capacitación y la compra de cientos de miles de artículos de guerra no fueron ideados para minimizar el impacto del narcotráfico en el país. No. Esas no fueron las causas. Las causas fueron, por si acaso el diálogo perdiera su valor, ir con todo contra quienes expresen su malestar en contra el necroliberalismo. Los resultados saltan a la vista en este Paro Nacional (alrededor de 120 detenciones y un muerto, Efraín Fueres), pero basta con recordar los cerca de 50 desaparecidos en este gobierno, los abusos en comunidades indígenas, los falsos positivos, la complicidad mafiosa en las cárceles y puertos, y el absurdo discurso guerrerista noboísta.

En los ojos de Andrea supe que los policías y militares no son ni Rambos ni Robocops (quizás del primero tengan el trauma intensificado por figuras de poder expresadas en las fuerzas coercitivas; y del segundo, la automatización del alma y la obediencia ciega, aunque el mismo Alex Murphy recuperó su autonomía mental), seguramente Gomer Pyles a lo Kubrick o tenientes como el de Abel Ferrara. De ese sentimiento de inseguridad y temor que causa estar rodeado de ellos entendí que sus miedos se “curaron” a punta de palazos, castigos y torturas con la falsa esperanza de convertirse en ejemplos de sus comunidades; conflictuados internamente entre la apatía y la empatía, el cinismo y la verdad, actúan como títeres despojados de su conciencia por seguir órdenes y una cadena de mando basada en machismo tóxico y disfuncional.

¿Qué sentirán aquellas personas que vieron en esas instituciones una oportunidad para ser diferentes y solo se encontraron una réplica brutal de una realidad cruda, densa? ¿Cuándo se acabó su sueño de justicia y fue reemplazado por uno de violencia y corrupción? ¿En qué momento se deshumanizaron? ¿Cuál fue el punto crítico en el que faltaron a sus juramentos para únicamente convertirse en robots al servicio de una élite que solo los premia cuando se transforman en sus lacayos? ¿Qué sienten cuando, por órdenes, deben de comportarse como matones contra brigadistas médicos, periodistas, socorristas? ¿Les gustará embrutecerse con gas lacrimógeno mientras ven a gente sin respirar y lagrimeando? ¿Se excitarán con el dolor que imparten con los toletazos, balazos y golpes? ¿Sabrán que de esa gran parte del pastel destinada para el presidente y sus amigos no recibirán ni una mordida? ¿Creerán que existe nobleza en su violencia? ¿Entenderán que solo interesan al poder como herramientas para la instauración de la tiranía?

Ojalá y en otros ojos, como los que yo vi comiendo corvina y papas fritas, encuentren las respuestas de su sacrificio a la estupidez y el odio.

Por Sebatián Vera

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