noviembre 21, 2024
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Salud mental en Latinoamérica: una conversación pendiente

En una hermosa región rica en diversidad cultural llamada Latinoamérica, alrededor del 15 % de sus habitantes entre 10 y 19 años están diagnosticados con algún trastorno mental, dos puntos por encima de la media mundial, según Unicef. La falta de infraestructura o de recursos adecuados agrava esta situación, dejando a muchas personas sin opciones viables para recibir la ayuda que necesitan y perpetuando un ciclo de sufrimiento y marginalización.

Acercarse a esta problemática genera una sensación de impotencia, ya que, en el caso de Ecuador, conozco de cerca cómo funciona tanto el sistema privado -que limita el acceso para aquellos que sufren por las desigualdades económicas- y el sistema público, a menudo desmantelado o sobrecargado. Pero, además, soy consciente del gran impacto que esta problemática tiene en nuestra sociedad.

Vale recordar que septiembre es el mes de la prevención del suicidio, por lo que caben todos los análisis necesarios, empezando por reconocer uno de los principales obstáculos: el estigma asociado con los trastornos mentales. En muchas comunidades latinoamericanas persiste una fuerte carga de estigmatización que ve a la salud mental como un signo de debilidad. Esto no solo impide que las personas busquen ayuda, sino que también influye sobre la calidad de los tratamientos disponibles. Romper con estos tabúes es fundamental para fomentar una cultura que valore la salud mental como una parte integral del bienestar social.

Según INEC, aproximadamente el 15 % de la población ecuatoriana ha experimentado ideas suicidas en algún momento de su vida. El grupo más afectado tiene entre 15 y 29 años, es decir, se trata esencialmente de una población muy joven. Pero ¿por qué este índice es tan elevado en nuestro país y en nuestra región? Según la Organización Mundial de la Salud, la exposición constante a situaciones de violencia y la crisis económica crean un entorno de estrés crónico que contribuye al aumento de enfermedades relacionadas a la ansiedad, sumado al alto índice de abusos sexuales en la infancia y de acoso por intimidación que son las principales causas de la depresión.

Para enfrentar estos desafíos, es esencial implementar reformas y políticas efectivas que prioricen la salud mental en la agenda pública. Esto incluye aumentar la inversión en servicios de salud, promover la formación y el apoyo a profesionales de la salud mental y desarrollar campañas de sensibilización que eduquen al público.

En el caso latinoamericano, la participación de la comunidad y el rol de la educación son claves en el proceso de cambio de percepciones y en la mejora del acceso a servicios. Involucrar a líderes comunitarios y utilizar medios locales para promover la salud mental puede ayudar a fomentar un entorno más comprensivo. Además, las iniciativas educativas en las escuelas y en el ámbito laboral pueden contribuir a crear una cultura distinta, una sociedad que priorice el bienestar psicológico.

Como podemos ver, la salud mental en Latinoamérica es un desafío que requiere una respuesta multidisciplinaria y coordinada. A medida que avanzamos hacia un futuro más inclusivo, es imperativo que los gobiernos, las organizaciones y las comunidades trabajen juntos para superar las barreras existentes y construir sistemas de salud mental robustos, tan necesarios para abastecer de apoyo a nuestra población más joven.

Por Andrea Palma

 

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