Guayaquil: La esencia de una ciudad porteña
¿Qué tiene este pedazo de tierra llamado Guayaquil que encanta a propios y extraños? La respuesta es algo compleja y poco evidente, porque para entender y amar a esta ciudad hay que quedarse más que un puñado de días y recorrer más allá de esos edificios estéticos que se miran desde el avión que aterriza al borde del río.
Guayaquil es más que calor y humedad, es más que un eterno análisis criminológico, es un puerto que brilla desde el Pacífico, es la brisa de octubre y el calor de febrero. Es la humildad de sus comerciantes que destacan por su esfuerzo imperturbable. Es el contraste de barrios, es deseo de autonomía y anhelo de justicia social.
Benditos los ojos que logran ver lo que esconde el cemento gris. Los días en esta ciudad son verdes si se quiere, anaranjados en el horizonte y amarillos en los cerros. Mientras prehistóricas iguanas caminan lentamente entre los árboles frutales, martines verdes y aves semilleras vuelan hacia el atardecer dorado de la costa.
Esta ciudad está pintada de ideales de libertad, del renacer cultural y su hermosa identidad. La cálida urbe porteña es tradición, familia, música y literatura original. Es un entorno donde se imponen los ceibos, los cedros y los guayacanes, donde los esteros son vigilados por intimidantes cocodrilos y los cielos aún cuentan con el volar de los guacamayos que se resisten a la extinción.
Guayaquil es un hito en la historia del Ecuador, por su resistencia y aspiración de libertad que la proclamó independiente un 9 de octubre de 1820, resonando en toda América Latina, con un impacto perdurable hasta nuestra época.
Y en un mundo cada vez más caótico, Guayaquil se sigue enfrentando, esta vez a pandemias, inundaciones, temblores y sequías, levantándose siempre con la resiliencia y la paciencia propia de sus pescadores y cangrejeros.
Desde el manglar y su ecosistema único, desde el inicio de la Cordillera de la Costa, desde la complejidad de sus zonas urbanas, desde sus puestos de comida, desde sus hogares con olor a palo santo, desde sus bosques donde habitan papagayos entre orquídeas, desde el océano que la alimenta día y noche, desde la suavidad de sus vientos de acuarela, Guayaquil se graba a fuego en la memoria.
Por Andrea Palma